En un día lluvioso, dejó de llover. Un astro ardiendo tocó la puerta de mi habitación mientras yo me quitaba la chaqueta para disponerme a pensar sobre lo que acababa de suceder. Sentí frío ipsofacto y calor de inmediato. Sentirse entre los muertos únicamente es subsanable cuando diez dedos te hacen volver marcha atrás sobre los pasos de tu mente. No importa la duración, lo más importante, es que 30 segundos de ese postre bastan para vivir 20 años más entre pensamientos de felicidad, sin pensar en la infelicidad que podría sobrellegar tras ese tiempo.
Y si algún día fui sabio, fue entre el rectángulo de un zulo dentro del lugar donde descanso todos los días. Y si otro, en cambio, erré, fue porque no supe elegir bien donde sentarme. Desdichas hambrientas de un trozo de pan de calidad para llenar el corazón y dos pulmones nuevos para respirar todo el aire que salga de su boca. Multiplicar por una cifra los 365 días normales de un calendario y ralentizar el reloj para que un minuto se corresponda a una hora ilimitada.
Hacía ya tiempo que no leía un cuento de hadas, y menos aún sentirme protagonista de aquel de un villano convertido en amado. Sin dar rienda suelta al olvido del pasado y sin poner los ojos en un punto de fuga llamado futuro, un soplo distante del mejor perfume hoy me puede llegar a convertir en un ser inmune a toda enfermedad. Ser regazo en el Invierno; rastrillo en el Otoño; capullo en Primavera; el mejor bañador en Verano; no hay estación que merezca pasar por alto.
Dudas y preguntas que tienen respuesta en el día a día. Cada uno tiene una sonrisa diferente, pero la finalidad sigue siendo la misma. No sé si estoy en lo cierto y mañana me arrepentiré por seguir “siendo joven”, pero igual que por el camino he ido descartando piedras con más o menos dolor, ahora llega un punto donde no tengo elección. Todo lo que quiero eres tú, y todo lo que no seas tú no lo quiero.
Documento guardado el veintiuno de enero de dos mil once, ratificado el tres de abril de dos mil once.
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