lunes, 30 de noviembre de 2009

Anexos rutinarios




Perlas y cerdos privados de mí
Mi camino ha sido largo y cansado
Estaba perdido en las ciudades
Solo en las colinas
No siento dolor o compasión por irme.

No soy tus ruedas dando vueltas
Soy la carretera
No soy tu paseo de alfombra
Soy el cielo.

Amigos y mentirosos no esperan por mí
Porque seguiré yo solo
Caminé millones de millas
En mis talones
Y sigo demasiado cerca de ti
Siento.

No soy tus ruedas dando vueltas
Soy la carretera
No soy tu paseo de alfombra
Soy el cielo
No soy tu viento que sopla
Soy el relámpago
No soy tu luna de otoño
Soy la noche.


Como todo humano que no sea de oriente, cuando se levanta por la mañana, tiene los ojos chiquititos, casi pegados a los párpados.

Sigo una rutina que tiene como fin primordial e insustituible esa bebida de origen africano, que en sus inicios fue castigada por las órdenes del Corán.

No basta con echarme esa agua con doble dosis de cloro (cortesía de San Cristóbal de La Laguna) para quitarme aunque sea uno de los múltiples problemas que pueda llegar a tener.

Hago un recuento de mis recuerdos en ese sentido, tranquilidad, no gires la cara, el espejo te mira, siempre ha sido así... ¿de qué te quejas?

Como esa persona con miles de cosas para elegir y todas con un mismo nivel de gusto, sin saber elegir por donde empezar a escoger, así se puede empezar a tratar cada uno de ellos.

Victorioso puedo salir de la batalla en solitario contra esos pasatiempos de sabor amargo, pero mañana otro viene a pedirte la revancha, y tienes que aceptarla, porque son violentos.

Voy dando saltos de humildad, reflejo en cada impulso una sonrisa aparente, me quito la camisa y tengo rastros de moratones por todo el cuerpo, la vista no puede ver lo que esconden las apariencias, ¡lástima!

Desato mi ira con lo que me gusta, mis tímpanos me han gritado a grandes voces por contaminación acústica. Claro, no los he oido, tenía puesto los cascos.

Hablar sin mostrar lo que puede o no pasarme no es ser falso, es tener el Don de la omisión personal. Y es un Don porque nadie tiene que estar triste si se puede ser feliz, ¿para qué suprimir eso por lo otro?

La Teoría de la Causalidad, repetitiva, pero una gran baza. Sabemos que una causa siempre tiene un resultado. Unas personas tienen más suerte que otras, pues algunas no cuentan esos resultados con gesto serio, a otros sin embargo no les queda otro remedio.

Tengo un álbum en mi mente con diferentes capítulos problemáticos que he tenido el placer de coleccionar, cada pegatina es un momento que ya ha pasado, hoy en día, podría avanzar mucho en la colección, y así lo haré. ¡Qué ilusión!

Me restrego en la frente lo bueno que tengo, en el lado derecho, que la izquierda sigue en tratamiento. Nunca un aliento ha sido tan poco refuerzo para mi ser. Cosas que da la desmoralidad...

Si me falta algo pienso en un porqué. Cuando me pregunto muchas veces eso, paso de preguntarme a insultarme. Esos insultos los he aprendido de David Hume, viva el empirismo.

Cada hora que pasa tengo una canción diferente que poner en la lista de reproducción de mi realidad. Que alguien cambie sin querer el orden aleatorio, porque cada vez las letras son más tristes.

Llegar al punto de escribir para desahogarse es algo que recomiendo a todo el mundo. Eso sí, hacedlo con precaución y respeto, que nadie se sienta ofendido o te pueden denunciar por ello. (Menos mal que esto va dirigido a mi persona).

Hoy lunes 30 de noviembre he hecho una copia de seguridad del disco duro de mis documentos, no hablo de mi portátil, hablo de mi mente. Nunca se sabe cuándo nuestro procesador tiene daños y tenemos que buscar un punto de funcionamiento adecuado para volver a empezar.

Reflexiones de una mente privilegiada amortizan el sufrimiento que me pueda surgir por las circunstancias. ¿Qué tengo que hacer para seguir manteniéndome firme y en esta línea? Esperaré a ver si mañana no llueve y hace un día perfecto.

Hay veces que me pregunto porqué soy tan gilipoyas (con perdón), pero siempre termino discutiendo no esa pregunta, sino el volumen de esa gilipoyez. Será porque además de gilipoyas soy razonable.

A veces también me pregunto cuánto costaría dejar mi ser en manos de un programa de cambio radical, para que me conviertan en un niño lo más inocente posible. Sería una forma de centrarme únicamente en lo que estoy haciendo, lo que pasase alrededor me daría exactamente lo mismo.

Mis 24 horas del día se transforman una a una en una pantalla tipo Matrix, sólo se ven letras en blanco y mucho números. ¿Equivaldría eso de alguna forma a mi deseo de que pase el tiempo?

Anteayer no tenía futuro. Ayer lo predecía mirando mi pasado. En un presente no muy lejano me adelanto a los hechos que no quiero que sucedan. Pasado el tiempo espero no llevar razón, no quiero.

Nunca, o casi nunca, le he pedido nada a nadie. Esta vez tengo que hacerlo. Ya lo he hecho. Ahora lo envío. Espero respuesta. A ver si no lo pierdo. Bueno... tengo la copia de seguridad. ¡Ya no me acordaba! Hay veces que pienso...

Bueno, se hace de noche, en otras circunstancias seguiría hablando, pero tengo que apagar las luces de esta situación. Mañana es otro día, recordad ser felices, no llenaros de problemas absurdos y, por supuesto, ¡sonreír!

Iluso.

jueves, 26 de noviembre de 2009

Mi cuento preferido: "Reflexiones"























Afrontar con pensamientos el abismo de una separación requiere mucho esfuerzo moral, un punto de apoyo que nunca debe flaquear. Las reservas de autoestima siempre tienen que tener cabida, pues los momentos de decaída pueden provocar un tsunami de lágrimas que destrozan todo cuanto encuentran a su paso, el esfuerzo de lo conseguido se convierte en escombros y su reconstrucción conlleva tiempo.

El Joven Aprendiz miraba cada instante su reloj, parecía como si el tiempo fuese en contra del recorrido de aquel tren, no avanzaban las dos agujas dispares que marcaban las horas, no veía el momento de llegar a su destino para comenzar su cuenta atrás particular. Inquieto, aquel vagón solitario lo llenaba de melancolía, pues aunque los minutos se estancaban, el peso de su cuerpo aumentaba cada vez más, los recuerdos de la Princesa se iban colocando en fila en lo más profundo de su mente, desplegaban una marcha constante hacia su alma que le hacían venirse abajo; ratificar la certeza de que cada segundo que transcurría era el triple en metros rumbo hacia una distancia mayor marcaban el cuello de su camisa, pues ese era el recipiente que habían elegido sus lágrimas para amontonarse.

En cada parada que hacía su transporte a la lejanía aprovechaba para llenarse de ánimos. Divisaba su destino en el horizonte y se reconfortaba para sí mismo en pensar que tras esa llanura había algo digno por lo que hacer ese viaje. Alzaba la vista una y otra vez para tener la suerte de encontrar una persona cuya profesión fuese la entrega de la correspondencia, esos barcos de papel que venían en un vehículo diferente pero que siempre llegaban a tiempo, puntuales, nunca fallaban, en cada parada había un cabo para desatar, abrir y tener algo para sonreír en la siguiente ronda de raíles por las que circulaba su vida en esos momentos.

"El tren con destino ANXIETAS está a punto de partir. Por favor, señores pasajeros, tomen asiento en la mayor brevedad posible. Gracias y buenas tardes".

La llamada era una señal de que la espera en vistas a la esperanza había terminado. Sin gesto serio ni pesimismo de ningún tipo, el Joven Aprendiz subió de nuevo a aquel trozo de metal que suspiraba humo, volvió a su asiento preferido y se dispuso a afrontar una nueva aventura en forma de monotonía de aquel largo viaje, reflexionando sobre papel cada instante que había vivido, cada pizca de sentimiento que pedía paso en su mente, agrandando la lista de deseos por cumplir, murmurando silenciosamente todos los ratos pasados y por pasar de su, por el momento, incompleta vida.

El sonido de la velocidad subdesarrollada de aquella máquina hacía imposible conciliar sueño, dejarse llevar por el contraste de luz que cegaba el cuadrilátero en que estaba era una opción más. El Joven Aprendiz seguía con los ojos bien abiertos aquel panorama, repasaba insistente motivos para elevar la cabeza y suspirar, buscaba en el recuerdo cualquier instante que le hiciese pasar por su paladar el mejor sabor posible para paliar el hambre de extrañar, intentaba llenarse de alegría para combatir el dolor de la ausencia.

Sin saber cómo ni por qué, cuando volvió a tener vista, el sol que entraba por la ventana le devolvió a la ceguera de inmediato. Había empezado un nuevo día en su viaje. "Ya falta menos para que acabe esta agonía y empiece otra más dulce" -decía-. A lo lejos, fijando bien la mirada, todo le decía que una nueva oportunidad de hacer más ameno el transcurso lento que vivía se acercaba, pues una nueva parada se anunciaba mediante voz anónima:

"Próxima parada: SPES"

Aún no se oía el sonido del freno de aquel trasto, ese chirriar que advertía más que la misma megafonía, pero el Joven Aprendiz, guiado por el desespero, ya lucía postrado delante de la puerta de salida. Cuanto más tardara en salir, más tardío sería el momento en que sus manos recibieran con deseo una conjunción de palabras embueltas en un sobre, algo que se había convertido en el único modo de saber de la existencia de quien ocupaba la totalidad de su corazón, quien abarcaba todos los espacios de su mente, el recuerdo al cual se agarraba cuando su alma tenía frío, la Princesa.

Aquel nuevo lugar no le gustaba nada. Corría un viento helado que traspasaba la tela de su abrigo y se calaba en sus huesos. Casi nadie había elegido aquella parada para terminar su camino, y no era para menos, el ambiente traducía tristeza, un solar deshabitado donde las pocas personas que caminaban por sus laberintos parecían haber perdido la educación en la mirada al nacer. No obstante, sin hacer más interpretaciones innecesarias y prestar más atención que la debida, se centró en repasar cada rostro para volver a subir al vagón con lo reconfortante de su objetivo. Pero no había ningún ápice de ilusión en ese sentido, en menos de lo que canta un gallo, el lugar siniestro que pisaba se quedó vacío, en silencio, sin presencia alguna por la cual quedarse allí. Cabizbajo, impotente y preocupado, subió a su nueva casa en busca de un aliento que no iba a encontrar.

"El tren con destino LUX está a ..."

Sus manos taparon los orificios por los que quería entrar el resto del mensaje incordiante del momento. Imaginaba cómo sería dormir y no despertar, entregar su ser al azar y continuar un viaje maldito, con las ganas de que el final fuese como el principio: indoloro, insonoro, comprensible.

Antes de descender en pensamientos que visualizaran una negativa contraproducente en sus actos, reconstruía la realidad en base a recuerdos lejanos, tomaba nota de los motivos y hacía un esquema de las causas que lo obligaban a estar así. Echaba una ojeada al cristal que yacía a su lado a modo de espejo y le preguntaba a aquel rostro coasideforme que tanto se parecía a él:

"¿Es este el mismo camino a la perfección que en su día tomé como cierto o es un reflejo pasajero como el rostro con el que estoy charlando?"

"¿Tengo realmente motivos aparentes por los que estar así o la impotencia y preocupación extrema de mi cuerpo exagera cada palmo de segundo que paso en soledad?"

"¿La vida me ha regalado sonrisas para luego quitármelas o vivo un momento de abrupta prueba difícil pero no imposible salvar?"

"¿Estos trozos de lectura incomprensible que escribo fruto de los alfileres que tengo clavados aquí dentro, podré decir que los he escrito por razones que escapan a mi control o la certeza conllevará el fin de un sueño que tomaba forma de realidad?"

"¿Debo mirar mi destino con los ojos aguosos pero igual de esperanzadores o esa salinas que tengo como párpados tienen una sal que se ha condensado para siempre?"

Cada pregunta retumbaba en el unísono, traspasaba las paredes de aquel reflejo y se perdían fugaces, a la velocidad de la luz, en el instante en que se topaban con la brisa. Nunca una incomprensibilidad, por muy nefasta, hacía llorar tanto. Nunca una realidad tan poco querida era tan semejante a aquella agonía. No pensaba sino en dar cuerda al tiempo, que pasasen las horas rápido y que su parada, su última parada, se anunciara de una vez por todas. Posibilitar descanso a su mente era la mejor medicina, así que se dispuso a buscar refugio en el sueño, aunque se trataba de una hazaña bastante complicada. No obstante, ese momento tan esperado llegó, después de un largo rato sus ojos acabaron rindiéndose, aburridos de tanto pensamiento, exhaustos de tanto llanto.

Tras salir de la subconsciencia, se percató de que todo seguía igual: sus pertenencias, su habitáculo, su vida... Por desgracia nada había cambiado. El sonido tembloroso y siniestro de siempre se dejaba notar, por lo que pensaba que todavía quedaba trayecto; la visión oscura y espesa le decían que el amanecer aún tenía que esperar su turno; el sigiloso silencio como monopolista del momento reflejaban que él era el único ser despierto en esas altas horas de la madrugada.

Habían pasado ya seis horas y todavía seguía estático, sin mover un palmo, deseoso pero a la vez pasivo ante el hecho de tomar tierra y dar fin a aquella aventura en forma de viajero. Esta vez no tenía prisa, era indiferente ser el primero o el último, ya no había ganador. Por su izquierda amanecía en la velocidad un nuevo hospedaje, una nueva realidad, un nuevo reto, una solución a sus problemas, un reencuentro con el ánimo, pues dicen que cada día, es una nueva oportunidad para alegrar el alma.

"Próxima parada: YOCLA"

Un equipaje adicional tenía que cargar obligatoriamente el Joven Aprendiz: su desmoralidad. El final del trayecto, que debía ser el comienzo a la felicidad pactada, era otro alto en el camino; dar pasos hacia la nada haciendo círculos en el suelo; consolarse con la tristeza de que todo podría ser incluso peor; elevar la cabeza por debajo de los hombros para, con miedo, visualizar todo aquello que se mostraba frente a él, novedoso, pero carente de interés.

Como animal de mercancías, necesitaba algo que fustigara su cuerpo para hacer funcionar sus piernas. No sabía qué hacer, dónde ir, qué vereda escoger, pues todas eran seguidas por la preocupación de su mente. Los impulsos sin valentía hicieron que dejase atrás los raíles de aquel tren. "Ya no hay marcha atrás", -pensaba-.

Deambulando, llegó a una calle sin salida. Tras ver que no existía ningún hueco por el que pasar, suspiró, dio media vuelta y se dispuso a buscar una nueva señal. Cuando alzó la cabeza, sintió que alguien le advertía de su presencia a su lado tocándole insisténtemente el hombro. Era un hombre mayor, con barba, vestido con un traje de color verde y con voz consumida por los años:

"Buen día joven. ¿Es usted el pasajero 1609?"

"Sí, soy yo."

"¡Gracias a Dios! Lo he estado buscando. Esto le pertenece. Que tenga un buen día."

Aquel señor era algo parecido al mensajero de los Dioses. De su mochila erosionada y maltrecha sacó un rollo de papel frenado en su desplieque por una cinta amarillenta. Dejando parte de su carga en el suelo, después de echar una mirada hacia aquel hombre a lo lejos, ordenó a sus manos que abrieran aquel regalo. El nombre de la nota le era muy familiar, pues era parte de lo que había hecho él en gran parte de su agónico viaje:

"Reflexiones.

Espero que estés leyendo esto con la misma sed de encuentro con tus sentimientos con que escribo yo.

Días duros, mucha soledad, ganas de derrumbe, pero mi mente siempre ha tenido un Príncipe en el cual buscar covijo.

Siempre estaré aquí, esperando, pues prometiste que el final del cuento sería feliz, yo quiero ser parte de esa felicidad.

Acoplo mi vida a la tuya, no lo olvides.

Tu Princesa".

La sensación de miedo en el cuerpo era difícil de erradicar, pero esas palabras consiguieron empezar a hacerlo. La piel seca, el gesto congelado y el cuerpo enfundado en el escalofrío de los momentos pasados se apoyaron tras el calor que desprendía la hoguera prendida por esa nota. Leer y volver a leer hasta aprender de memoria, de tal manera que esos pensamientos que tenía en la cabeza, esos habitantes ocupas que nadie quiere tener como vecinos, fueran expulsados y ocuparan su lugar otros muchos, más amenos, menos reencorosos.

El Joven Aprendiz tenía tiempo de responder ese gesto de existencia, pero ahora tenía que seguir con su marcha. Mientras lo hacía, pensaba en el título de aquel papel: "Reflexiones", -pensaba-. Esas explicaciones que salen del alma como represaria de un acto, concientes de un cambio para bien en la vida, una torna que no admite palabras, pues toma como único dato empírico a la experiencia convertida en hechos.



Jaco. Mi cuento preferido...

sábado, 14 de noviembre de 2009

Dos días antes: ¡Feliz Cumpleaños Alex!

























Que conste que me adelanto dos días a la fecha, pero para ese entonces puede que me haya olvidado de hacer esto, puede que me haya atropeyado un camión (siendo sarcástico), puede que el café me haya enviado cafeinómanamente al cajón (siendo aún más sarcástico) o puede que Chuck Norris haya practicado sus nuevas artes conmigo y también me haya muerto así (siendo friki... "y qué!"), por todo ello, yo soy así, y nunca cambiaré, ahí va mi trocito de palique mientras el prota está intentando estudiar en otro sitio donde no estoy yo jejejeje.

Podría subir una foto nuestra, pero como estoy cagado con lo de la Ley de Protección de Datos y hasta el más amigo te puede denunciar por dejar su rostro a las andaduras de internet, me lo guardo y me evito el beneficio de la duda en cuanto a problemas que puedan llegar, así me quedo con los que tengo, que no son pocos, como todo el mundo.

No me acuerdo, pero recuerdo que una vez dijimos: "Pues a ver cuándo te vas a Tenerife a estudiar y compartimos piso cuando vayas". Acabadas esas palabras estábamos hablando de 3º de la Eso, creo que con decirte ese curso, no hace falta ni que siga nombrando, ni instituto de procedencia, ni con quién nos topamos en clase, ni las locuras por las que merecía levantarse temprano todos los días y, por supuesto, las notas, ahí más me cierran la boca a mí que a tí.

Recuerdo también que en esa época tenía 2 viviendas: mi casa y la tuya. Ahora lo aclaro, que no somos gays. Quedar para ir a hacer videoclips de Michael Jackson versionados a El Informal. Compartir gustos por el Final Fantasy. Hablar de música, en aquellos tiempos mucho más limitada que ahora. Hacer trabajos para clase, que tampoco se porqué, pero siempre quedaban para hacer "mañana". Salir a la calle a ver los "experimentos de personajes" que pasaban por ese Santa Cruz. Los vicios que hacían que esos trabajos siempre quedaran para el próximo día... si sigo recordando quizás no empiece a estudiar hoy.

Hablemos de pasadas: voy a mencionar pocas, pero que nunca se borrarán. Me acuerdo de un Saxo dando vueltas por Los Cancajos y ser parados por la "Picola" dos veces, la primera mucho más graciosa que la segunda ("¿pues tú no ves que son papas?"); me vas a perdonar, pero de esa actuación de "Macho, Macho, Men" que hicimos en el instituto, lo único que recuerdo fueron los movimientos, gran parte de la coreografía, los trabajos que pasé visiéndome de Vaquero en aquel zulo, y la vergüenza ajena cada vez que pasábamos por delante de aquella multitud de palmeros descojonados... nada más, y nada menos; si esto que voy a decir ahora fuese en estos tiempos, pues mira, hasta me hubiese gustado, pero me viene a la mente también el viaje a Francia en ese avión, los trayectos de guagua (autobús para aquellos de lengua peninsular), esos momentos por fuera del Instituto francés aquel... todos y cada uno de esos momentos, Fredy hablaba más que tú, porque no había momento que no hubiese una canción de Queen en los disman en aquel entonces; lo que nos reimos con las desgracias, bueno, tú te reiste más que yo, porque Ayut sufría las consecuencias de que unos franceses quemaran la basura en la chimenea de su casa provisional, pero es que yo me quedé sin Karts, y aún sufro las consecuencias; los momentos de Chiqueta y Ayala (entonados suenan mejor) cuando jugábamos (y nos cortaron la progresión) en La Palma Excelentísimo Club de Fútbol; todo un rastro de pasadas, momentos, recuerdos que tuvieron un parón, porque yo seguí armándola y tú te fuistes a estudiar, pero que todo volvió a la normalidad cuando los Dioses del Olimpo (en honor a Kratos) me dieron la opción de venirme a Tenerife o destinarme a la Bloquera de Mazo, y como soy más de Breña Alta que mazuquero, pues elegí Derecho, por tener miedo a los números, que sabes que soy medio biólogo.

Compartiendo piso (que ahora por eso, no se a quién le toca limpiar), ya darle a la mente y compartir con palabras 4 años de vivencias sería alargar estos textos, unos están ahí en fotos, otros, por suerte o por desgracia, están en videos, y otros simplemente se guardan en la mente. Pero no creo que haya mente más privilegiada. Risas, fiestas y buenos momentos no han faltado, y aunque parezca mentira, con lo difícil que es una convivencia, se quiera o no, tampoco han habido trifulcas que mencionar, así que ya hay otra cosa más que habrá que celebrar.

Momento sentimental: Hay amigos que tienen únicamente la consideración de amigos, pero que en palabras literales son, conocidos. Luego hay otros que se pueden considerar amigos, no obstante, no les cuentas la totalidad de cosas que podrías contar. Ya en otro escalón superior están aquellas personas a las que puedes llamar cualquier hora del día, sean movistar o vodafone, de derechas o de izquierdas, frikis o menos frikis, que sabes que te van a responder, te van a escuchar, y a esos ya se les puede llamar amigos de verdad. Pues he aquí una dedicatoria, felicitación o simplemente un gesto de agradecimiento para un amigo de verdad. Todavía no he mencionado su nombre, Alex, pero creo que con la foto que hay en el principio de la entrada se sentirá identificado.

Desearte un Feliz Cumpleaños ya lo haré luego, tanto al final del todo, como en unas horas, mañana, el día del Juicio Final, y dentro de dos días de nada, aquí simplemente quiero agradecer, por encima, todos esos momentos que han pasado con protagonismo mútuo, porque sigan siendo muchos más, que seguro será así, y no te voy a decir que brindar porque la amistad no se acabe sea algo para este momento, porque ese fin es tan imposible como el hecho de que dejemos de ser antimadridistas. Lo dicho, gracias por ser como eres (a veces sí, y otras aunque menos, también) y aunque no sea muy hablador, muy de manifestar mis emociones desde el momento en que me sucedan, que no signifique eso que no crea que pueda confiar en tí, que muchas veces en ratos de camino hacia el piso después de una noche de alcohol, sabes que lo he hecho, y eso tampoco quiere decir que tenga que estar borracho para soltar palabras, simplemente sabes cómo soy, unas veces tanto y otras tan poco, pero nunca para mal.

Me dará una pena enorme cuando tenga que decir adiós a Tenerife, pero no porque los chicharreros me caigan como el culo, sino porque entre las muchas cosas que dejaré atrás para adquirir otras, una de esas "cosas" (alusión ahora a Ana), será un amigo para toda la vida.

Un abrazo enorme, no me voy a poner sentimental que no se me da bien.

Jaco.

martes, 10 de noviembre de 2009

Mi cuento preferido: "Barcos de papel"






















Hasta ahora, echar la vista atrás era como memorizar, para el Joven Aprendiz, los pasos que había dado en su vida e ir poniéndolos como nenúfares sobre el pantano de la realidad, para no caer en ese agua tan llena de grietas, esos errores que dicen algunos son típicos en un ser humano sólo porque alguien no eligió bien la manzana a la que darle una mordida. Ahora tenía otra visión del pasado, en este momento había otros motivos por los que mirar ese espacio de tiempo ya transcurrido.

Era el momento de no repetir palabras, quería ser original, sorprender con cosas nuevas, llegar bajo la ventana de la Princesa con una canción diferente cada tarde. Había que ser incluso más sincero que la mismísima sinceridad que le caracterizaba, no tenía porqué esconder cosas, no había necesidad de ejercer de actor y doblaje con ella, pues ella no lo iba a hacer con él; esta época de su vida era especial, nunca antes sentida, sus neuronas recorrían su cabeza gritando un mensaje repetitivo unas a otras: "Burla la felicidad con más felicidad" -decían-; aquel entonces no tenía porqué morir en el final del día, porque incluso la noche debía servir para soñar con ella, vivir la realidad con los ojos cerrados; ahora había una doble responsabilidad para él: ser y hacer feliz.

Como cuando un niño se levanta sobresaltado de su cama porque su inocente pensamiento le dice que ya es Navidad; como un nido de pequeñas aves casi sin plumas ven cómo se acerca una sombra volando a la que pían llamando mamá, que los alimenta; como el más humilde campesino se acuesta cada noche sabiendo que un día más ha podido alimentar a su familia; como todos estos manjares emocionales que hacen que cada despertar, por muy amargo que pueda llegar a ser, se convierta en unas intensas ganas de vivir, se sentía el Joven Aprendiz cada número que avanzaba el calendario.

"Debo darle gracias a mi fecha de nacimiento, a ese día en que mis queridos padres decidieron jugar con el azar para despertar la semilla que germinó con mi aparición en este mundo, pero no sólo por el hecho de nacer, sino porque el destino me haya dado la oportunidad de hacerlo en unos límites establecidos para que pudiese tropezar en mi camino con ella" -pensaba agradecido mirando al cielo el Joven Aprendiz-. Y no hacía falta leer esas palabras en la mente de este muchacho, porque el simple gesto de la sonrisa de ambos cuando el tiempo se les echaba encima y llegaba el momento de despedirse, traducía unas expresiones con las que se daban las gracias mutuamente antes de partir cada uno por su lado: "Gracias por existir".

Como toda historia con final feliz tiene un punto de sufrimiento, ésta no podía ser menos. Cada camino a la felicidad está lleno de pruebas, unos obstáculos tan falsos como reales, que si no consigues esquivar te hacen dudar hasta el punto de dar media vuelta y buscar un nuevo punto de partida, pero que si se es capaz de superarlos, te hacen un poquito más fuerte, te dan la habilidad de la invulnerabilidad moral, es más difícil hacerte caer y llega un punto en el que eres invencible.

Un mes de Otoño, un 18 de Octubre, la Princesa había tenido un día muy duro. Desde tan temprana edad, sus responsabilidades consumían su tiempo, pero era un tiempo necesario para su futuro, de obligado cumplimiento. Perfeccionar su arte día a día amedrentaba las horas, contentar a la multitud con su desparpajo había propiciado que la noche fuese un regalo en forma de descanso merecido. Por esa razón, su cita con la felicidad se demoró, una y otra vez pensaba con tristeza que había faltado a "su Príncipe", que la espera había sido el cauce para que el frío propio de la desesperación se calara en sus huesos quitándole la sonrisa de siempre al ver que no había aparecido en el lugar en el que siempre elegían para intimar.

Pero todo fue muy distinto a las predicciones que se había hecho su pensamiento, pues al abrir la ventana y echar la vista a la naturaleza, a aquel banco verde en el que siempre había un ser que le regalaba presencia, el gesto de su cara cambió, pues allí sólo había un ser, un cuerpo abstracto: el silencio, la soledad.

"¿Qué habría sucedido? -se preguntaba la Princesa- ¿se habrá aburrido de esperar y sus miedos se habrán apoderado de su cuerpo haciéndolo ir en contra de los que, según me ha dicho, son sus sentimientos? ¿O es que su estudio ha sido mucho más complejo que mi labor y le ha imposibilitado darse un baño en la monotonía que tanto nos gusta a los dos todas las tardes de los días?" Tras esperar un largo rato, con gesto serio y preocupante, la Princesa se dispuso a cerrar esa ventana de la vida, hasta que un ruido allá afuera, un sonido que poco a poco se fue convirtiendo en la silueta de una persona, hicieron que volviese a abrirla, y al endurecer su visión, su cuerpo estallaría de júbilo y emoción, pues el Joven Aprendiz se había resignado a faltar a la cita en la agenda de su felicidad particular.

De igual modo, su aparecer, vestido con el cansancio y ataviado con una expresividad triste, muy poco usual en él, hicieron pensar por instantes que sería una conversación no muy querida por ambos, muy diferente a las anteriores, repletas del mayor significado de dos enamorados. Así, después de una sonrisa como saludo, una mirada brillante como agradecimiento de que el día no se hubiese acabado en irse a dormir sin haber vivido un poco de lo de siempre, y un paso al frente como símbolo de que los sentimientos no habían cambiado de ninguna de las maneras posibles, el Joven Aprendiz se dispuso a decir unas palabras llenas de agonía, heridas y sufridas, pero vencidas por el gesto de valentía hacia el futuro, un coraje digno del pensamiento de que por lo que luchaba merecía la pena:

"Perdón por aparcer sin casi tener tiempo de vivirte todo lo que querría y por hacer que el lugar preferido por tu desespero sea ese rincón por el que te dejas ver ahora, pero mi tardanza ha sido motivada por una noticia que te debo hacer llegar, muy a mi pesar, a tus oidos.

Hoy en la madrugada marcho en un tren con billete de ida pero no de vuelta. Se acabaron esos días de cercanía bajo tu ventana, serán sustituidos por días más confusos, lejanos en cuanto a mi voz, pero igual de presentes en cuanto a amor, pues seguiré siendo el mismo desde allí, te haré vivir como vives hoy desde cualquier punto del planeta al que me tenga que desplazar.

Si en este momento tengo que partir para elaborar mi futuro lejos de tí, ten presente que volveré pronto para compartirlo contigo. Palabra de alguien que ayer te quiso no tanto como hoy, y que mañana seguro que te querrá más, así hasta que para que lo logres entender no tengas que apoyarte tras ese rectángulo de madera, sino que sea yo con el calor de mi mano y la sinceridad entrañable de mi mirada el que te lo demuestre cada momento que pase a tu lado.

Toma esto como un reto, no como una despedida, y recuerda que mi mente, aún estando a otra orilla física de la tuya, siempre estará presente en este mismo espacio en el que te hablo, siempre estará pensando en una Princesa".

Cuando el Joven Aprendiz se despidió y se dispuso a volver sobre sus pasos para partir en un viaje provisional y duro hacia la distancia, la tristeza propia de sus palabras recalaron en su destinataria. Pero no era el momento de llorar, aunque tampoco de sonreir, había que buscar un punto intermedio de fuerzas unidas por un sentimiento que nunca iba a morir. Había que esbozar una sonrisa por lo que pronto llegaría y no por la melancolía del presente.

Había comenzado un período de barcos de papel, esos navíos llenos de palabras escritas que navegaban por un océano con el objetivo de desembarcar en un momento de felicidad. Llegar al puerto y descargar una mercancía que hiciese duradera las ganas de seguir avanzando en un viaje a la alegría, un viaje sin retorno donde se sabía de antemano la localización exacta de un tesoro de un único conquistador. Una y otra vez, esos barcos zarpaban hacia un mismo punto cardinal, seguían una ruta igual que la anterior, pero la carga era cada vez mayor, esa mercancía era más voluminosa y necesaria en cada envío, el sentimiento puesto sobre cada uno de esos trozos comunicantes se traducía en una relación remitente-destinatario capaz de llenar el alma a cualquier ser viviente. Era un momento en el que echar de menos se había convertido en el pan de cada día.



Jaco. Mi cuento preferido...

viernes, 6 de noviembre de 2009

Mi cuento preferido: "Sí Quiero"






















Cada relato en la ausencia pierde parte de su valor, pues si no hay nadie que lo escuche, la alegría en forma de palabras se adentra en un mundo sin respuesta, un pozo sin fondo, sin eco y sin retorno, se convierte en dolor propio del rechazo a una contestación que desde un principio se sabe que no va a haber, pero aún así, el Joven Aprendiz apartó de sus manuales esas consideraciones, le habló al silencio con el gesto de buena fe y el resultado reforzó su alma. El reencuentro con la mejor felicidad que se pueda describir era imposible de clasificar en una lista de momentos felizmente recordados.

Habían tantas cosas que contar, se habían conglomerado en la mente tantos detalles, aventuras y curiosidades, eran tales los momentos que habían vivido cada uno por su lado, que las antiguas conversaciones entre la Princesa y el Joven Aprendiz aumentaron en volumen, pasaron a ser escrituras colosas llenas de una charla mucho más sociable que antes.

Una y otra vez, se citaban en el recoveco de siempre. Sonrientes, alegres e hiperactivos, ella miraba a las montañas, él miraba al mar, ambas vistas eran perfectas para pasar los días aprendiendo el uno del otro, ni el Diario con más capacidad podría albergar tantas promesas, tantos deseos y tantos planes como los que elaboraban en cada uno de sus relatos. Lentamente, sin darse cuenta nadie, en un poco espacio temporal, el Joven Aprendiz se sentaba más próximo a ella; la Princesa hacía su asiento más corto y aportaba su granito de arena a la cercanía, hasta que la vergüenza no se veía en sus rostros, pues sentarse justo al lado de la mejor compañía posible era el mejor regalo del día.

"¿Qué pensará él de mí?" -Se preguntaba la Princesa- ¿Seré lo suficientemente noble como para que mi sinceridad me lleve hasta su mente? ¿Soy ese tipo de Princesas que merecen que un Joven de buena personalidad pueda componerme una canción que me haga suspirar? ¿Realmente quiero esto o todo es fruto de lo grato de su amistad?" Y es que la monotonía de la presencia del Joven Aprendiz se había convertido en algo cuya falta creaba una laguna en las horas. Tras realizar sus quehaceres, se asomaba a la ventana para ver si había llegado su momento de la charla, si aparecía en su visión la persona que la sacara de la rutina y le regalara una sonrisa sin cobrarle nada a cambio.

"¿Qué pensará ella de mí?" -Susurraba para sus adentros el Joven Aprendiz- "¿Será su sensillez el atractivo de una Princesa normal pero a la vez incomparable con otra la que me hace que me salgan melodías sin casi poder evitarlo? ¿Debo pensar que soy yo el motivo por el que se asoma a su ventana todos los días? ¿Pensará su mente en común con la mía en que hay algo tan especial en su mirada que no hay distracción posible que me aparte mis ojos de los suyos?" Todas las noches, al irse a la parte más oscura de su habitáculo para cerrar sus ojos y amanecer el nuevo día, el Joven Aprendiz hacía un recuento de los pensamientos de su intelecto, aquellas palabras de esos duendecillos que tanto lo conocían a él, pero que juraría no haberlos visto nunca.

La miel más dulce que podía ser catada por un paladar, el antojo nunca antes deseado por la voz interior de una embarazada, el sonido más hermoso que un sistema auditivo tuviese el honor de almacenar, el mayor manjar existente en la faz de la Tierra para ser probado por el ser humano; no tenía ni un ápice de comparación con respecto a los sentimientos que segundo a segundo se iban gestando en el núcleo de dos cuerpos mortales, una Princesa y un Joven Aprendiz, un tumulto de impresiones cada vez más positivas que no podían acabar de otra manera que con un susurro al oido de ambos, apostando por un futuro donde la balanza de la vida siempre se decantara por el lado más sonriente y maravilloso que pudiese ser inmortalizado en una simple fotografía.

El Joven Aprendiz sabía lo que tenía que hacer, pero discrepaba al pensar si aquellos seres sin rostro le habían extirpado todo el miedo. Llegaba la noche y se acostaba en el suelo mirando los puntos resplandecientes que yacían allá en lo alto, les preguntaba uno por uno si era verdad lo que su corazón decía; les pedía consejo de cómo actuar sin mirar el trasfondo y pasado de sus actos; hacía comparaciones entre las respuestas de los mismos con respecto a la persona que ocupaba sus pensamientos; si bien obtuvo un diccionario de expresiones en la respuesta de aquellos astros tan simpáticos, sus aportaciones sólo iban a ratificar aún más lo que primaba por encima de todo para él, pues parecía que esas luces provenían de una misma tribu, tenían un mismo lenguaje, entonaban una canción todas juntas muy semejante a la que cantaba todos los días el Joven Aprendiz: "NO LA DEJES ESCAPAR". "Ya estaba la letra, faltaba la melodía" -pensaba radiante-.

Todo estaba claro, no había más que pensar. No era necesario un mentor que guiara sus pasos hasta hacerlo llegar al final del camino, porque él sabía y tenía memorizado los trazos del sendero que debía seguir. Su brújula apuntaba en una sóla dirección, pues no era una cualquiera, si todo navío tuviese en su timón este tipo de guía, una brújula construida con sentimientos, no existiría la deriva en la mar. Era el momento de actuar, los duendecillos habían hecho su trabajo, no tenía miedo, no figuraba en él la indecisión, recordaba la canción que había entonado con las estrellas, la tarareaba y, orgulloso, lleno de vida, feliz, se dispuso a hacer el principio de su historia de amor, una historia en la que él era el escritor, mientras que el fruto de su deseo, la Princesa, era su mayor fuente de inspiración.

"Cerraré mis párpados por última vez hoy -pensaba- y el día de mañana escribiré una canción y la guardaré en su memoria para siempre". Esas palabras sin voz fueron las últimas que recordó pasadas las horas, porque cuando abrió los ojos, la vida le había brindado un nuevo día. ¡Y qué gran día! Todo a su alrededor tenía su color favorito; los pájaros le dejaban mensajes de ánimo en el correo de la mañana; las nubes que quedaban resagadas por el infinito cielo azul, le hacían guiños mientras pasaban; el sol tenía la cara más sonriente que nunca antes le había visto; los árboles se abrazaban con sus ramas y lo miraban como envidiosos de su buena suerte; era como si todo el mundo se apartase de su camino para no hacerle perder ni un sólo minuto más, pues sabían que alguien muy importante lo estaba esperando.

Bajo la atenta mirada de la improvisación, el Joven Aprendiz se puso en marcha. Tenía una cita con la felicidad y no quería llegar tarde. Tampoco quería hacerla esperar, ya era lo suficientemente sabio como para saber que demorar en el intento de ser feliz le perjudicaba más a él que al mismísimo tiempo. Aceleró sus pasos, tanto que daba zancadas de ansiedad, le disputó una carrera a su mente, pero fue imposible alcanzarla, era demasiado veloz, tanto que cuando llegó al solar bajo la ventana de la Princesa, ya estaba allí hace rato, espectante, pensativa, con ganas de un momento inolvidable.

No hubo tiempo de contar lo que tardó ella en asomarse, antes de elevar la cabeza por encima de sus hombros, la Princesa ya había encontrado la mirada del Joven Aprendiz. Todas las palabras que tenía para decirle se escondieron, ahora lo único que existía del momento eran aquellos ojos, eran estéticamente perfectos, eran para un mortal como el canto de las sirenas para Ulises, un motivo por el que morir un instante, para volver a vivir, resucitar y tener el honor de que fuesen ellos los que le dieran la bienvenida a la nueva vida.

Tras pararse el reloj por unos segundos, la Princesa sólo pudo entreabrir la boca para intentar decir algo, un saludo, un gesto de agradecimiento, pero el Joven Aprendiz ya había roto el silencio con unas palabras:

"No quiero que hables ahora, te lo pido por favor, porque tu voz produce amnesia en mi mente, no podría mediar palabra alguna si lo haces. Sólo quiero que escuches lo que tengo que decirte, que son muy pocas palabras para lo que realmente siento.
Mi lema es la sinceridad, mi fuente de información es mi alma y el motivo por el que junto ambas, eres tú.
Hace años que he estado buscando un ingrediente carente en mi existencia, nunca pensé, jamás, encontrarlo, hasta el día en que tu voz me regaló una melodía; ese día en que tus ojos me cegaron con su mirada; el día en que abriste esa ventana para dejarme cantarte una canción; mi impotencia se convirtió en un sueño, mi desdicha en ilusión y mi tristeza en ganas de vivir.
He conversado con las estrellas, les he pedido consejo, han sido mi oráculo para tomar esta decisión. Has vencido mis miedos con sólo estar tras ese marco y has impulsado que escriba un cuento con más sentido que el que haya tenido la oportunidad de relatar nunca.
Por todo ello, no te traigo flores, no te traigo regalos, sólo una promesa: te traigo mi vida, por si la quieres."

Las palabras del Joven Aprendiz estaban llenas de sentimiento. Miraba al cielo y se veía una reunión de luminosidad espectante; los grandes árboles les prestaban sus ramas a quienes querían darse cita ante aquella declaración; un mundo verde rodeaba aquel escampado con mirada fija en un punto. De pronto, la cara sonriente de la Princesa dejó de verse por un instante para aparecer de nuevo en una fracción de segundo en aquella ventana, y sin más sonido que el silencio, su voz dejó caer una nota de papel que se deslizó en el aire hasta llegar a las manos del Joven Aprendiz. Sólo se mostraban dos palabras:

Sí Quiero...



Jaco. Mi cuento preferido...

martes, 3 de noviembre de 2009

Mi cuento preferido: "Prólogo a la felicidad"





Allá por el año 2009, un aprendiz de la vida se dió cita en un lugar en el que ya no tenía motivos ni ganas de frecuentar. Decidió volver a encontrarse con muchos recuerdos, decidió volver a entrar poco a poco en el inframundo de sus hobbies, dedicar tiempo de nuevo a aquello que no era ni quería ser el banco en el que se sentaba todas las tardes a charlar. Era una tarde gris, uno de esos días en los que se desea que llegue la noche con insistencia para tachar en el calendario una cifra, irse a dormir y despertarse al día siguiente con el ansia de tachar otra, y así hasta que no se diera cuenta de que pasaba la vida.

La historia se remonta a un 16 de Septiembre, donde la monotonía era como un juego de mesa, un Show de Truman con diferentes actores pero un mismo plantel. Aquel día, el "Joven Aprendiz" iniciaría un momento de su vida tan inesperado como repleto de felicidad. ¿Quién diría que el aburrimiento iba a ser su aliado por una vez en su humilde existencia? Ese momento, ese lento transcurrir de las horas, pasó a ser el mayor gesto de agradecimiento en largo tiempo.

Al otro lado de la pantalla, una "Princesa" atravesaba un momento escaso de energías. La moral -ese sexto sentido que muchas veces se traduce en euforia y nos hace levitar como personajes de ciencia ficción, pero que en muchas otras nos somete a una carga tres veces mayor a la de nuestro cuerpo, un peso que nos dificulta elevar los brazos o incluso levantar la cabeza en busca de aliento-, se clavaba como barrera insalvable ante sus pasos, le impedía tomar un camino, la hacía retroceder, sonreír era su sustento, pero la despensa de ese alimento estaba casi vacía.

Como si de una amiga de toda la vida se tratase, el Joven Aprendiz irrumpió en la "casa" de la Princesa y esbozaron palabras de sociabilidad, un ungüento de amistad que duraba tantas veces como querían ambos. No hizo falta que el Joven Aprendiz cantara bajo su ventana, pues ella ya tenía una melodía que escuchar. Tampoco fue necesario que hubiesen peldaños para llegar a estar aún más cerca de sus aposentos, porque ella ya había creado una escalera para que se llegase hasta allí, sólamente con su sonrisa.

Pasaban los minutos que, a su vez, se convertían en días, y la conversación nunca se acababa, siempre había algo lo cual querer contar, y cuando no había nada, se lanzaba una pregunta al aire, se apretaban los dientes con deseo para que la respuesta fuese el primer paso hacia un nuevo alarde de diálogo, cualquier "trozo privado" entre dos nombres era algo para festejar, notificaciones en forma de alegría, pergaminos del Siglo XXI que poco a poco fueron creando un cuento con el principio (en vistas a un final muy lejano) más armónico jamás contado.

La vida del Joven Aprendiz había llegado a un punto donde esos fragmentos diarios de palabras conformaban una dosis de droga para su alma, un fármaco no disponible por ningún curandero que se había convertido casi sin querer en el sustento de su ser. Todo era como siempre, en su totalidad transcurría el riachuelo esperanzador de letras que, una y otra vez más, desembocaban en un manantial de conversación cuya agua era más clara por instantes, más pura y natural con respecto a la primera gota que empezó a crearlo.

No obstante, llegó un momento donde la sonrisa del Joven Aprendiz se difuminó cuan bombilla con falta de electricidad. De un día para otro el nerviosismo en forma de preocupación se transformaba en un querer y no poder sonreír. Algo había pasado -pensaba-; algo me falta hoy -sentía-. En efecto, la Princesa no estaba ya en el mismo lugar donde la conoció, aquel lugar donde tantas horas pasaron componiendo letras de canciones, aquel zulo lleno de luz en su mirada, capaz de cegar hasta el más grande Agujero Negro; del día a la mañana el anticiclón se convirtió en tormenta; se pasó en un abrir y cerrar de ojos entre el ser y el no ser; era como estar en la frontera de llorarle a la vida o cantarle a la muerte: la Princesa había desaparecido.

Como aquel Boy Scout dispuesto a afrontar la mayor expedición que se había afanado en realizar, como el mismo Poseidón en su ira y desdicha, el Joven Aprendiz se resignó a dejar al azar la búsqueda de respuestas y se propuso conseguirlas por sí mismo. Llenó sus botellas de oxígeno, y respiró. Se ató el arnés en el pecho para que no se escapara ni una pizca de sentimiento, y suspiró. Se llenó de valor por dentro, pensó en su rostro y en lo que daría por volverlo a ver, y sonrió. Se puso la mochila en su espalda, no sin antes añadir una caja para guardar su corazón cuando la encontrara, y partió.

Caminando por los abruptos senderos de una pantalla llena de interrogaciones, no hacía sino preguntar a todo el que pasara por su lado. Todas las preguntas que hacía tenían un mismo "No" de contestación. Pero el Joven Aprendiz no agachaba su cabeza más de 3 segundos, porque siempre le llegaban a su mente unas palabras de ánimo y de aliento que una vez había soñado: "-Toda felicidad tiene su sufrimiento. Si desestimas siquiera la posibilidad de conseguirla, no sólo lo lamentarás tú, Joven Aprendiz, sino también aquel que quiere ser parte de esa felicidad-".

No había piedra que no se atreviera a levantar, no había signo en la pared que no se parara a ver, no había un destello de luz que no le hiciese pensar que ella estaba allí. Continuó su viaje con la misma melancolía pero con el mismo gesto de heroicidad que al principio de su camino. Para saciar su sed, las hojas le regalaban las reservas del rocío que habían conseguido, gotas como espejos donde se veía el rostro de un muchacho ansioso de reencuentro. Para paliar el ruido de su estómago vacío, los árboles les tendían sus ramas llenas de frutos, simplemente por ver el punto de fuga de la mirada de sus ojos, llenos de un líquido cobarde que él mismo se encargaba de derrotar con la valentía de seguir la senda y su más querido fin. Para curar la soledad, prendía una hoguera y la invitaba a ver con él las estrellas, con mirada fija al cielo y deseoso de que pasase una fugaz, pues pedir un deseo también era posible allí, un único y halagador deseo, "volver a ver a la Princesa, volver a llenar su cuerpo con el estímulo de su presencia".

Tras recorrer 4 días entre la agonía, tras un cúmulo de pensamientos de que lo vivido anteriormente no era sino un sueño, un ser que se apareció mientras dormía para consolarle, un Ángel de la guarda que se postró en su mente para recordarle lo que nunca iba a tener, llegó a un espacio natural lleno de gente extraña. Una especie de duendecillos de color verde que lo miraban como si lo conociesen de mucho tiempo atrás. No tuvo tiempo de dar un paso más. Exhausto, deprimido, inconsciente, se dejó llevar por aquellos individuos sin rostro y casi sin comprender nada, se dedicó a escuchar sus susurros:

-"Somos tu intelecto, Joven Aprendiz, somos la parte más reciente de tí, nacimos contigo el día 16 de un mes donde la sinceridad propia de tus actos te han dejado ver un mundo que no has vivido antes. La voz de la experiencia nos ha dejado un mensaje lleno de vida para tí, nos ha encomendado la labor de quitarte tus miedos, nos ha obligado a apoderarnos de tu cuerpo, regenerarte en sentimiento, hacerte ver que el camino que has emprendido por esa persona no lo has hecho tú únicamente, también lo ha impulsado tu corazón, así que debes sentirte orgulloso, porque cuando despiertes, cuando vuelvas en sí, hay una dama que estará sonriente por lo que has hecho. Cuando abras tus ojos a la realidad, sabrás que tu Princesa está a salvo y con muchas cosas que contarte. Se feliz, Joven Aprendiz."-

Despertar nunca había tenido mayor significado. La cafeina rutinaria de por la mañana tenía mejor sabor, sin saber porqué, el Joven Aprendiz se sentía mucho más aliviado, como si se hubiese tomado una sobredosis de bebida isotónica el día anterior. Pero, ¿por qué? -se preguntaba-, si no había motivos por los que sentirse así, si nada había cambiado. Como una predicción nunca mejor acertada, como la mejor de las profecías, al abrir su Diario personal sobre la vida, no hizo falta más que una lectura superficial de sus ojos, una simple visualización de un nombre para que por su cuerpo recorriese a velocidad de vértigo el más caudaloso río de felicidad, y con el mayor sentido y razón que pudiese haber. No era para menos, porque la Princesa había vuelto.



Jaco. Mi cuento preferido...