martes, 10 de noviembre de 2009

Mi cuento preferido: "Barcos de papel"






















Hasta ahora, echar la vista atrás era como memorizar, para el Joven Aprendiz, los pasos que había dado en su vida e ir poniéndolos como nenúfares sobre el pantano de la realidad, para no caer en ese agua tan llena de grietas, esos errores que dicen algunos son típicos en un ser humano sólo porque alguien no eligió bien la manzana a la que darle una mordida. Ahora tenía otra visión del pasado, en este momento había otros motivos por los que mirar ese espacio de tiempo ya transcurrido.

Era el momento de no repetir palabras, quería ser original, sorprender con cosas nuevas, llegar bajo la ventana de la Princesa con una canción diferente cada tarde. Había que ser incluso más sincero que la mismísima sinceridad que le caracterizaba, no tenía porqué esconder cosas, no había necesidad de ejercer de actor y doblaje con ella, pues ella no lo iba a hacer con él; esta época de su vida era especial, nunca antes sentida, sus neuronas recorrían su cabeza gritando un mensaje repetitivo unas a otras: "Burla la felicidad con más felicidad" -decían-; aquel entonces no tenía porqué morir en el final del día, porque incluso la noche debía servir para soñar con ella, vivir la realidad con los ojos cerrados; ahora había una doble responsabilidad para él: ser y hacer feliz.

Como cuando un niño se levanta sobresaltado de su cama porque su inocente pensamiento le dice que ya es Navidad; como un nido de pequeñas aves casi sin plumas ven cómo se acerca una sombra volando a la que pían llamando mamá, que los alimenta; como el más humilde campesino se acuesta cada noche sabiendo que un día más ha podido alimentar a su familia; como todos estos manjares emocionales que hacen que cada despertar, por muy amargo que pueda llegar a ser, se convierta en unas intensas ganas de vivir, se sentía el Joven Aprendiz cada número que avanzaba el calendario.

"Debo darle gracias a mi fecha de nacimiento, a ese día en que mis queridos padres decidieron jugar con el azar para despertar la semilla que germinó con mi aparición en este mundo, pero no sólo por el hecho de nacer, sino porque el destino me haya dado la oportunidad de hacerlo en unos límites establecidos para que pudiese tropezar en mi camino con ella" -pensaba agradecido mirando al cielo el Joven Aprendiz-. Y no hacía falta leer esas palabras en la mente de este muchacho, porque el simple gesto de la sonrisa de ambos cuando el tiempo se les echaba encima y llegaba el momento de despedirse, traducía unas expresiones con las que se daban las gracias mutuamente antes de partir cada uno por su lado: "Gracias por existir".

Como toda historia con final feliz tiene un punto de sufrimiento, ésta no podía ser menos. Cada camino a la felicidad está lleno de pruebas, unos obstáculos tan falsos como reales, que si no consigues esquivar te hacen dudar hasta el punto de dar media vuelta y buscar un nuevo punto de partida, pero que si se es capaz de superarlos, te hacen un poquito más fuerte, te dan la habilidad de la invulnerabilidad moral, es más difícil hacerte caer y llega un punto en el que eres invencible.

Un mes de Otoño, un 18 de Octubre, la Princesa había tenido un día muy duro. Desde tan temprana edad, sus responsabilidades consumían su tiempo, pero era un tiempo necesario para su futuro, de obligado cumplimiento. Perfeccionar su arte día a día amedrentaba las horas, contentar a la multitud con su desparpajo había propiciado que la noche fuese un regalo en forma de descanso merecido. Por esa razón, su cita con la felicidad se demoró, una y otra vez pensaba con tristeza que había faltado a "su Príncipe", que la espera había sido el cauce para que el frío propio de la desesperación se calara en sus huesos quitándole la sonrisa de siempre al ver que no había aparecido en el lugar en el que siempre elegían para intimar.

Pero todo fue muy distinto a las predicciones que se había hecho su pensamiento, pues al abrir la ventana y echar la vista a la naturaleza, a aquel banco verde en el que siempre había un ser que le regalaba presencia, el gesto de su cara cambió, pues allí sólo había un ser, un cuerpo abstracto: el silencio, la soledad.

"¿Qué habría sucedido? -se preguntaba la Princesa- ¿se habrá aburrido de esperar y sus miedos se habrán apoderado de su cuerpo haciéndolo ir en contra de los que, según me ha dicho, son sus sentimientos? ¿O es que su estudio ha sido mucho más complejo que mi labor y le ha imposibilitado darse un baño en la monotonía que tanto nos gusta a los dos todas las tardes de los días?" Tras esperar un largo rato, con gesto serio y preocupante, la Princesa se dispuso a cerrar esa ventana de la vida, hasta que un ruido allá afuera, un sonido que poco a poco se fue convirtiendo en la silueta de una persona, hicieron que volviese a abrirla, y al endurecer su visión, su cuerpo estallaría de júbilo y emoción, pues el Joven Aprendiz se había resignado a faltar a la cita en la agenda de su felicidad particular.

De igual modo, su aparecer, vestido con el cansancio y ataviado con una expresividad triste, muy poco usual en él, hicieron pensar por instantes que sería una conversación no muy querida por ambos, muy diferente a las anteriores, repletas del mayor significado de dos enamorados. Así, después de una sonrisa como saludo, una mirada brillante como agradecimiento de que el día no se hubiese acabado en irse a dormir sin haber vivido un poco de lo de siempre, y un paso al frente como símbolo de que los sentimientos no habían cambiado de ninguna de las maneras posibles, el Joven Aprendiz se dispuso a decir unas palabras llenas de agonía, heridas y sufridas, pero vencidas por el gesto de valentía hacia el futuro, un coraje digno del pensamiento de que por lo que luchaba merecía la pena:

"Perdón por aparcer sin casi tener tiempo de vivirte todo lo que querría y por hacer que el lugar preferido por tu desespero sea ese rincón por el que te dejas ver ahora, pero mi tardanza ha sido motivada por una noticia que te debo hacer llegar, muy a mi pesar, a tus oidos.

Hoy en la madrugada marcho en un tren con billete de ida pero no de vuelta. Se acabaron esos días de cercanía bajo tu ventana, serán sustituidos por días más confusos, lejanos en cuanto a mi voz, pero igual de presentes en cuanto a amor, pues seguiré siendo el mismo desde allí, te haré vivir como vives hoy desde cualquier punto del planeta al que me tenga que desplazar.

Si en este momento tengo que partir para elaborar mi futuro lejos de tí, ten presente que volveré pronto para compartirlo contigo. Palabra de alguien que ayer te quiso no tanto como hoy, y que mañana seguro que te querrá más, así hasta que para que lo logres entender no tengas que apoyarte tras ese rectángulo de madera, sino que sea yo con el calor de mi mano y la sinceridad entrañable de mi mirada el que te lo demuestre cada momento que pase a tu lado.

Toma esto como un reto, no como una despedida, y recuerda que mi mente, aún estando a otra orilla física de la tuya, siempre estará presente en este mismo espacio en el que te hablo, siempre estará pensando en una Princesa".

Cuando el Joven Aprendiz se despidió y se dispuso a volver sobre sus pasos para partir en un viaje provisional y duro hacia la distancia, la tristeza propia de sus palabras recalaron en su destinataria. Pero no era el momento de llorar, aunque tampoco de sonreir, había que buscar un punto intermedio de fuerzas unidas por un sentimiento que nunca iba a morir. Había que esbozar una sonrisa por lo que pronto llegaría y no por la melancolía del presente.

Había comenzado un período de barcos de papel, esos navíos llenos de palabras escritas que navegaban por un océano con el objetivo de desembarcar en un momento de felicidad. Llegar al puerto y descargar una mercancía que hiciese duradera las ganas de seguir avanzando en un viaje a la alegría, un viaje sin retorno donde se sabía de antemano la localización exacta de un tesoro de un único conquistador. Una y otra vez, esos barcos zarpaban hacia un mismo punto cardinal, seguían una ruta igual que la anterior, pero la carga era cada vez mayor, esa mercancía era más voluminosa y necesaria en cada envío, el sentimiento puesto sobre cada uno de esos trozos comunicantes se traducía en una relación remitente-destinatario capaz de llenar el alma a cualquier ser viviente. Era un momento en el que echar de menos se había convertido en el pan de cada día.



Jaco. Mi cuento preferido...

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