lunes, 30 de noviembre de 2009

Anexos rutinarios




Perlas y cerdos privados de mí
Mi camino ha sido largo y cansado
Estaba perdido en las ciudades
Solo en las colinas
No siento dolor o compasión por irme.

No soy tus ruedas dando vueltas
Soy la carretera
No soy tu paseo de alfombra
Soy el cielo.

Amigos y mentirosos no esperan por mí
Porque seguiré yo solo
Caminé millones de millas
En mis talones
Y sigo demasiado cerca de ti
Siento.

No soy tus ruedas dando vueltas
Soy la carretera
No soy tu paseo de alfombra
Soy el cielo
No soy tu viento que sopla
Soy el relámpago
No soy tu luna de otoño
Soy la noche.


Como todo humano que no sea de oriente, cuando se levanta por la mañana, tiene los ojos chiquititos, casi pegados a los párpados.

Sigo una rutina que tiene como fin primordial e insustituible esa bebida de origen africano, que en sus inicios fue castigada por las órdenes del Corán.

No basta con echarme esa agua con doble dosis de cloro (cortesía de San Cristóbal de La Laguna) para quitarme aunque sea uno de los múltiples problemas que pueda llegar a tener.

Hago un recuento de mis recuerdos en ese sentido, tranquilidad, no gires la cara, el espejo te mira, siempre ha sido así... ¿de qué te quejas?

Como esa persona con miles de cosas para elegir y todas con un mismo nivel de gusto, sin saber elegir por donde empezar a escoger, así se puede empezar a tratar cada uno de ellos.

Victorioso puedo salir de la batalla en solitario contra esos pasatiempos de sabor amargo, pero mañana otro viene a pedirte la revancha, y tienes que aceptarla, porque son violentos.

Voy dando saltos de humildad, reflejo en cada impulso una sonrisa aparente, me quito la camisa y tengo rastros de moratones por todo el cuerpo, la vista no puede ver lo que esconden las apariencias, ¡lástima!

Desato mi ira con lo que me gusta, mis tímpanos me han gritado a grandes voces por contaminación acústica. Claro, no los he oido, tenía puesto los cascos.

Hablar sin mostrar lo que puede o no pasarme no es ser falso, es tener el Don de la omisión personal. Y es un Don porque nadie tiene que estar triste si se puede ser feliz, ¿para qué suprimir eso por lo otro?

La Teoría de la Causalidad, repetitiva, pero una gran baza. Sabemos que una causa siempre tiene un resultado. Unas personas tienen más suerte que otras, pues algunas no cuentan esos resultados con gesto serio, a otros sin embargo no les queda otro remedio.

Tengo un álbum en mi mente con diferentes capítulos problemáticos que he tenido el placer de coleccionar, cada pegatina es un momento que ya ha pasado, hoy en día, podría avanzar mucho en la colección, y así lo haré. ¡Qué ilusión!

Me restrego en la frente lo bueno que tengo, en el lado derecho, que la izquierda sigue en tratamiento. Nunca un aliento ha sido tan poco refuerzo para mi ser. Cosas que da la desmoralidad...

Si me falta algo pienso en un porqué. Cuando me pregunto muchas veces eso, paso de preguntarme a insultarme. Esos insultos los he aprendido de David Hume, viva el empirismo.

Cada hora que pasa tengo una canción diferente que poner en la lista de reproducción de mi realidad. Que alguien cambie sin querer el orden aleatorio, porque cada vez las letras son más tristes.

Llegar al punto de escribir para desahogarse es algo que recomiendo a todo el mundo. Eso sí, hacedlo con precaución y respeto, que nadie se sienta ofendido o te pueden denunciar por ello. (Menos mal que esto va dirigido a mi persona).

Hoy lunes 30 de noviembre he hecho una copia de seguridad del disco duro de mis documentos, no hablo de mi portátil, hablo de mi mente. Nunca se sabe cuándo nuestro procesador tiene daños y tenemos que buscar un punto de funcionamiento adecuado para volver a empezar.

Reflexiones de una mente privilegiada amortizan el sufrimiento que me pueda surgir por las circunstancias. ¿Qué tengo que hacer para seguir manteniéndome firme y en esta línea? Esperaré a ver si mañana no llueve y hace un día perfecto.

Hay veces que me pregunto porqué soy tan gilipoyas (con perdón), pero siempre termino discutiendo no esa pregunta, sino el volumen de esa gilipoyez. Será porque además de gilipoyas soy razonable.

A veces también me pregunto cuánto costaría dejar mi ser en manos de un programa de cambio radical, para que me conviertan en un niño lo más inocente posible. Sería una forma de centrarme únicamente en lo que estoy haciendo, lo que pasase alrededor me daría exactamente lo mismo.

Mis 24 horas del día se transforman una a una en una pantalla tipo Matrix, sólo se ven letras en blanco y mucho números. ¿Equivaldría eso de alguna forma a mi deseo de que pase el tiempo?

Anteayer no tenía futuro. Ayer lo predecía mirando mi pasado. En un presente no muy lejano me adelanto a los hechos que no quiero que sucedan. Pasado el tiempo espero no llevar razón, no quiero.

Nunca, o casi nunca, le he pedido nada a nadie. Esta vez tengo que hacerlo. Ya lo he hecho. Ahora lo envío. Espero respuesta. A ver si no lo pierdo. Bueno... tengo la copia de seguridad. ¡Ya no me acordaba! Hay veces que pienso...

Bueno, se hace de noche, en otras circunstancias seguiría hablando, pero tengo que apagar las luces de esta situación. Mañana es otro día, recordad ser felices, no llenaros de problemas absurdos y, por supuesto, ¡sonreír!

Iluso.

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