martes, 3 de noviembre de 2009

Mi cuento preferido: "Prólogo a la felicidad"





Allá por el año 2009, un aprendiz de la vida se dió cita en un lugar en el que ya no tenía motivos ni ganas de frecuentar. Decidió volver a encontrarse con muchos recuerdos, decidió volver a entrar poco a poco en el inframundo de sus hobbies, dedicar tiempo de nuevo a aquello que no era ni quería ser el banco en el que se sentaba todas las tardes a charlar. Era una tarde gris, uno de esos días en los que se desea que llegue la noche con insistencia para tachar en el calendario una cifra, irse a dormir y despertarse al día siguiente con el ansia de tachar otra, y así hasta que no se diera cuenta de que pasaba la vida.

La historia se remonta a un 16 de Septiembre, donde la monotonía era como un juego de mesa, un Show de Truman con diferentes actores pero un mismo plantel. Aquel día, el "Joven Aprendiz" iniciaría un momento de su vida tan inesperado como repleto de felicidad. ¿Quién diría que el aburrimiento iba a ser su aliado por una vez en su humilde existencia? Ese momento, ese lento transcurrir de las horas, pasó a ser el mayor gesto de agradecimiento en largo tiempo.

Al otro lado de la pantalla, una "Princesa" atravesaba un momento escaso de energías. La moral -ese sexto sentido que muchas veces se traduce en euforia y nos hace levitar como personajes de ciencia ficción, pero que en muchas otras nos somete a una carga tres veces mayor a la de nuestro cuerpo, un peso que nos dificulta elevar los brazos o incluso levantar la cabeza en busca de aliento-, se clavaba como barrera insalvable ante sus pasos, le impedía tomar un camino, la hacía retroceder, sonreír era su sustento, pero la despensa de ese alimento estaba casi vacía.

Como si de una amiga de toda la vida se tratase, el Joven Aprendiz irrumpió en la "casa" de la Princesa y esbozaron palabras de sociabilidad, un ungüento de amistad que duraba tantas veces como querían ambos. No hizo falta que el Joven Aprendiz cantara bajo su ventana, pues ella ya tenía una melodía que escuchar. Tampoco fue necesario que hubiesen peldaños para llegar a estar aún más cerca de sus aposentos, porque ella ya había creado una escalera para que se llegase hasta allí, sólamente con su sonrisa.

Pasaban los minutos que, a su vez, se convertían en días, y la conversación nunca se acababa, siempre había algo lo cual querer contar, y cuando no había nada, se lanzaba una pregunta al aire, se apretaban los dientes con deseo para que la respuesta fuese el primer paso hacia un nuevo alarde de diálogo, cualquier "trozo privado" entre dos nombres era algo para festejar, notificaciones en forma de alegría, pergaminos del Siglo XXI que poco a poco fueron creando un cuento con el principio (en vistas a un final muy lejano) más armónico jamás contado.

La vida del Joven Aprendiz había llegado a un punto donde esos fragmentos diarios de palabras conformaban una dosis de droga para su alma, un fármaco no disponible por ningún curandero que se había convertido casi sin querer en el sustento de su ser. Todo era como siempre, en su totalidad transcurría el riachuelo esperanzador de letras que, una y otra vez más, desembocaban en un manantial de conversación cuya agua era más clara por instantes, más pura y natural con respecto a la primera gota que empezó a crearlo.

No obstante, llegó un momento donde la sonrisa del Joven Aprendiz se difuminó cuan bombilla con falta de electricidad. De un día para otro el nerviosismo en forma de preocupación se transformaba en un querer y no poder sonreír. Algo había pasado -pensaba-; algo me falta hoy -sentía-. En efecto, la Princesa no estaba ya en el mismo lugar donde la conoció, aquel lugar donde tantas horas pasaron componiendo letras de canciones, aquel zulo lleno de luz en su mirada, capaz de cegar hasta el más grande Agujero Negro; del día a la mañana el anticiclón se convirtió en tormenta; se pasó en un abrir y cerrar de ojos entre el ser y el no ser; era como estar en la frontera de llorarle a la vida o cantarle a la muerte: la Princesa había desaparecido.

Como aquel Boy Scout dispuesto a afrontar la mayor expedición que se había afanado en realizar, como el mismo Poseidón en su ira y desdicha, el Joven Aprendiz se resignó a dejar al azar la búsqueda de respuestas y se propuso conseguirlas por sí mismo. Llenó sus botellas de oxígeno, y respiró. Se ató el arnés en el pecho para que no se escapara ni una pizca de sentimiento, y suspiró. Se llenó de valor por dentro, pensó en su rostro y en lo que daría por volverlo a ver, y sonrió. Se puso la mochila en su espalda, no sin antes añadir una caja para guardar su corazón cuando la encontrara, y partió.

Caminando por los abruptos senderos de una pantalla llena de interrogaciones, no hacía sino preguntar a todo el que pasara por su lado. Todas las preguntas que hacía tenían un mismo "No" de contestación. Pero el Joven Aprendiz no agachaba su cabeza más de 3 segundos, porque siempre le llegaban a su mente unas palabras de ánimo y de aliento que una vez había soñado: "-Toda felicidad tiene su sufrimiento. Si desestimas siquiera la posibilidad de conseguirla, no sólo lo lamentarás tú, Joven Aprendiz, sino también aquel que quiere ser parte de esa felicidad-".

No había piedra que no se atreviera a levantar, no había signo en la pared que no se parara a ver, no había un destello de luz que no le hiciese pensar que ella estaba allí. Continuó su viaje con la misma melancolía pero con el mismo gesto de heroicidad que al principio de su camino. Para saciar su sed, las hojas le regalaban las reservas del rocío que habían conseguido, gotas como espejos donde se veía el rostro de un muchacho ansioso de reencuentro. Para paliar el ruido de su estómago vacío, los árboles les tendían sus ramas llenas de frutos, simplemente por ver el punto de fuga de la mirada de sus ojos, llenos de un líquido cobarde que él mismo se encargaba de derrotar con la valentía de seguir la senda y su más querido fin. Para curar la soledad, prendía una hoguera y la invitaba a ver con él las estrellas, con mirada fija al cielo y deseoso de que pasase una fugaz, pues pedir un deseo también era posible allí, un único y halagador deseo, "volver a ver a la Princesa, volver a llenar su cuerpo con el estímulo de su presencia".

Tras recorrer 4 días entre la agonía, tras un cúmulo de pensamientos de que lo vivido anteriormente no era sino un sueño, un ser que se apareció mientras dormía para consolarle, un Ángel de la guarda que se postró en su mente para recordarle lo que nunca iba a tener, llegó a un espacio natural lleno de gente extraña. Una especie de duendecillos de color verde que lo miraban como si lo conociesen de mucho tiempo atrás. No tuvo tiempo de dar un paso más. Exhausto, deprimido, inconsciente, se dejó llevar por aquellos individuos sin rostro y casi sin comprender nada, se dedicó a escuchar sus susurros:

-"Somos tu intelecto, Joven Aprendiz, somos la parte más reciente de tí, nacimos contigo el día 16 de un mes donde la sinceridad propia de tus actos te han dejado ver un mundo que no has vivido antes. La voz de la experiencia nos ha dejado un mensaje lleno de vida para tí, nos ha encomendado la labor de quitarte tus miedos, nos ha obligado a apoderarnos de tu cuerpo, regenerarte en sentimiento, hacerte ver que el camino que has emprendido por esa persona no lo has hecho tú únicamente, también lo ha impulsado tu corazón, así que debes sentirte orgulloso, porque cuando despiertes, cuando vuelvas en sí, hay una dama que estará sonriente por lo que has hecho. Cuando abras tus ojos a la realidad, sabrás que tu Princesa está a salvo y con muchas cosas que contarte. Se feliz, Joven Aprendiz."-

Despertar nunca había tenido mayor significado. La cafeina rutinaria de por la mañana tenía mejor sabor, sin saber porqué, el Joven Aprendiz se sentía mucho más aliviado, como si se hubiese tomado una sobredosis de bebida isotónica el día anterior. Pero, ¿por qué? -se preguntaba-, si no había motivos por los que sentirse así, si nada había cambiado. Como una predicción nunca mejor acertada, como la mejor de las profecías, al abrir su Diario personal sobre la vida, no hizo falta más que una lectura superficial de sus ojos, una simple visualización de un nombre para que por su cuerpo recorriese a velocidad de vértigo el más caudaloso río de felicidad, y con el mayor sentido y razón que pudiese haber. No era para menos, porque la Princesa había vuelto.



Jaco. Mi cuento preferido...

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